miércoles, 7 de septiembre de 2016

Cinco cosas que tal vez no conocía de la luz

El 2015 fue proclamado por la Organización de Naciones Unidas (ONU), en su Asamblea General 68 en diciembre del 2013, como el Año Internacional de la Luz y las Tecnologías Basadas en la Luz, con el propósito de generar conciencia en la sociedad sobre cómo, a través de esta, se logra un desarrollo sostenible y se aportan soluciones a desafíos mundiales en campos como la energía, la educación, la agricultura, las comunicaciones y la salud.
La celebración se extenderá alrededor del mundo con una amplia agenda de congresos, charlas y eventos, a los que Colombia se unirá, en mayor parte, en el segundo semestre del año.
Para entender qué es la luz hay que aclarar que esa que vemos con nuestros ojos es solo una pequeña parte de la gran cantidad de radiación que se conoce como espectro electromagnético. Este espectro incluye –además de la luz visible– ondas de radio, microondas, infrarrojo, ultravioleta, rayos X y rayos gamma. La luz visible la interpretamos como los siete colores que conforman el arcoíris. Pero gracias a los avances tecnológicos tenemos instrumentos que nos permiten captar todas esas otras radiaciones que nuestros ojos no ven.

Con telescopios como el Hubble, por ejemplo, que este año cumplio 25 años de operacion  hemos podido apreciar el universo invisible y estudiar toda la luz emitida por los objetos del cosmos, que ha viajado miles de millones de años hasta llegar a nuestro planeta.
Para ser concretos, los humanos somos prácticamente ciegos a la radiación. Si quisiéramos entender qué tanta captan nuestros ojos podríamos imaginamos que, si todo el espectro electromagnético abarcara una distancia de 4.000 kilómetros (más o menos la distancia entre Bogotá y Nueva York), nuestros ojos solo serían capaces de ver un par de centímetros en esa escala de comparación. Es decir, un porcentaje mínimo de todo el espectro.
Pese a esta ‘limitación’, nuestra visión evolucionó de forma que nuestros ojos se adaptaron para ver la parte de la radiación que más emite nuestro Sol: la luz visible.
Otra civilización extraterrestre, en algún planeta de otro sistema solar, con una estrella que la ilumine con otro tipo de radiación, probablemente vea su mundo de manera diferente. Quizás en el infrarrojo.
Una pregunta que siempre surge es cómo perciben la luz los animales. Sí, lo hacen de manera distinta a la nuestra. Los perros, por ejemplo, tienen solo dos tipos de receptores de color, a diferencia de los humanos que tenemos tres (los conos). Los diferentes pigmentos de los conos en nuestra retina nos permiten detectar el rojo, el verde y el azul.
Todos los colores que vemos se forman por combinaciones de las señales que llegan a nuestro cerebro de esos tres pigmentos. A diferencia de los humanos, un perro no puede percibir el color rojo. Las serpientes, por citar otro ejemplo, prácticamente no ven la luz visible, pero pueden ver el infrarrojo, mientras que las abejas pueden ver azul, amarillo y el ultravioleta.
La luz también lleva consigo información. De esa forma podemos saber de qué están hechas las estrellas y evidenciar la expansión del universo. Para ello los astrónomos usan una técnica conocida como espectroscopía, a través de la cual se puede estudiar la luz que se descompone en una especie de arcoíris (el espectro), no solo de colores, sino de todos los otros tipos de radiación invisibles a nuestros ojos. Los elementos que componen una estrella dejan una huella en el espectro del astro, lo que nos permite saber su composición sin necesidad de ir hasta allí y tomar una muestra de su material, cosa que sería imposible. Gran parte de lo que sabemos de las estrellas se lo debemos al estudio de la luz del Sol, en donde, entre otras cosas, se descubrió por primera vez el elemento helio.
Por último, está claro que para nosotros ver los objetos necesitamos que sean iluminados y puedan reflejar la luz que los hace visibles. Los objetos tienen un determinado color debido a que absorben ciertas porciones de la radiación que incide sobre ellos y reflejan otras. Las plantas, por ejemplo, son en su mayoría verdes debido a las moléculas que se encuentran en la clorofila, que por sus propiedades físicas reflejan el verde y absorben la mayor parte de los otros colores (los más azulados y rojizos).

¿Por qué las estrellas no titilan?

Aunque no la usamos con frecuencia, reconocemos fácilmente la palabra 'titilar'. Sabemos que se refiere al centelleo, o destellos luminosos intermitentes, que emiten las estrellas en el firmamento. Hay incluso canciones que dicen que las diminutas estrellas titilan como diamantes.
Las estrellas no titilan. De hecho, nadie diría que el Sol, que es ciertamente una estrella, exhibe este parpadeo. Sin embargo, para todos es claro identificar a las estrellas con el fenómeno que, en palabras de Pablo Neruda, hace que, cuando la noche está estrellada, tiriten los astros a lo lejos.

¿Qué hace que reconozcamos a las estrellas en el firmamento por su peculiar titilar? Más aún: ¿por qué los planetas que se ven a simple vista en una noche despejada, como Venus, Marte, Júpiter y Saturno, se ven como puntos fijos y no titilan?
La respuesta está en la atmósfera de la Tierra. Sus capas y temperatura son culpables de la distorsión que se produce sobre la radiación que proviene de las estrellas. A medida que los rayos de luz cruzan la atmósfera son desviados por el fenómeno de la refracción (el que hace que una lupa concentre rayos de luz).
La atmósfera, además, está siempre en movimiento, temblando como si fuera una gelatina y generando la llamada turbulencia atmosférica, por lo cual la luz que llega a nuestros ojos parece ‘temblar’, cuando lo que en realidad tiembla es la atmósfera terrestre.
Lo mismo sucede cuando viajamos por una carretera en un día caluroso, y vemos las imágenes distorsionadas a lo lejos, en este caso por la turbulencia del aire caliente cerca del suelo. Esta es una de las principales razones por las que los observatorios astronómicos se ubican en zonas altas, para evitar el efecto perturbador de las capas de la atmósfera sobre las imágenes.
Y en cuanto a los planetas, pese a ser mucho más pequeños que las estrellas, están más cerca, por lo cual aparecen como puntos más grandes y el haz de luz es mayor; por lo tanto, se ve menos afectado por la atmósfera y, pese a moverse, una parte se mantiene llegando a nuestra pupila.
Para salir de dudas se podría comprobar que desde el espacio, la luz de las estrellas permanece inmóvil y estas no titilan.

¿Por qué tendremos que salir a barrer el espacio?

Para nadie es un secreto que somos la especie que más ha transformado el planeta, y que la aparición y evolución de los seres humanos han sido desfavorables para la naturaleza. El desarrollo industrial trajo consigo la explotación de recursos y generación de basura y contaminantes.
Pero lo que antes estaba restringido a la Tierra, ahora se extiende mas allá hasta llegar a distancias de miles de kilómetros sobre nuestras cabezas.

Hablo de la llamada basura espacial, de los cientos de miles de objetos y desechos que navegan por el espacio orbitando la Tierra, y que incluyen desde restos de cohetes, gotas de combustible nuclear, tornillos y piezas de satélites, hasta herramientas y el guante del astronauta Edward Whiteperdido en una misión en 1965.
Todos estos restos son producto de la era espacial que se ha desarrollado durante el último medio siglo.
Colisiones controladas de satélites en órbita para su destrucción pueden producir decenas de miles de partículas del tamaño de una bola de tenis, que se suman a ese cinturón de escombros contaminantes.
El tema ha tomado dimensiones preocupantes y se están planeando acciones para poder limpiar todos esos restos que, al viajar a miles de kilómetros por segundo, ya han generado incluso colisiones y puesto en riesgo misiones.
A diferencia de la chatarra terrestre, las miles de toneladas de basura en el espacio se mueven a velocidades que pueden llegar a los 30.000 kilómetros por hora. La Estación Espacial Internacional podría quedar destruida al encontrarse con desechos espaciales de tamaño superior a los 10 centímetros.
Se estima que cada año se gastan unos 200 millones de dólares en la práctica de maniobras para desviar los satélites activos y evitar posibles colisiones con esta basura, y el número de restos inútiles sigue aumentando exponencialmente.
La tarea para catalogar estos objetos ya ha comenzado, pero acciones que puedan limpiar nuestro vecindario espacial de la chatarra aún están lejos de ser realidad.
Entre las ideas está incluir un sistema en los nuevos satélites para que puedan regresar y ser incinerados en la atmósfera terrestre, una vez terminen su vida útil.

Una gran ventana al universo

¡Eureka! La confirmación de la existencia de las ondas gravitacionales, enunciadas hace un siglo por el físico alemán Albert Einstein dentro de su teoría de la relatividad general, marca, sin duda, un hecho histórico para la ciencia.

Aun así, muchos siguen sin comprender la verdadera importancia de un hallazgo intangible, en un mundo cargado de pragmatismo. La verdad sea dicha, sus alcances desbordan la entelequia científica y proporcionan, a los estudiosos del universo y sus orígenes, un nuevo sentido para entenderlo.

Hasta ahora, los investigadores se relacionaban con él a través de la “vista”, toda vez que solo podían valerse de la luz, con sus ondas de radiación o electromagnéticas, entre otras. Con este hallazgo los estudiosos adquieren una especie de oído, a través del cual podrán percibir señales nuevas de lo que ocurre, o ha ocurrido, en el vasto universo, incluso desde su nacimiento.

De hecho, el 14 de septiembre los científicos de Ligo (Observatorio de Ondas Gravitacionales por Interferometría de Láser, en español), que reúne a mil investigadores de 80 centros de 15 países recibieron la información de la colisión de dos agujeros negros de 36 y 29 veces la masa del Sol, ocurrida a 1.300 millones de años luz de la Tierra.

La cacería de dicha información, contenida en las ondas gravitacionales, es toda una proeza científica que constituye, según expertos y profanos, un milagro tecnológico. No es gratuito, valga decirlo, que los mejores físicos del mundo tardaron cien años en lograrlo.

El mérito es aún mayor si se tiene en cuenta que, al concretar esta tarea, Ligo pudo comprobar la última teoría de Einstein que faltaba por confirmar en la práctica.

No es exagerado decir que medir ondas gravitacionales, desde que la revista 'Physical Reviews Letter' avaló el hallazgo el jueves pasado, es explorar en los dominios de la oscuridad del universo todos los fenómenos que hasta ahora se nombraban, con base en ecuaciones.

Para el físico británico Stephen Hawking, detectar estas ondas tiene la capacidad de revolucionar toda la astronomía e incluso brindar la posibilidad de ver con naturalidad los vestigios del universo primordial, desde el mismo 'big bang' y, de paso, familiarizar al mundo con el concepto esquivo del espacio-tiempo.

El espacio se curva

Pero pocos años antes del nacimiento de Albert, dos grandes físicos británicos, Faraday y Maxwell, añadieron un ingrediente al frío mundo de Newton: el campo electromagnético. El campo es una entidad real difundida por todas partes, que transporta las ondas de radio, llena el espacio, puede vibrar y ondular como la superficie de un lago, y “pone en circulación” la fuerza eléctrica. Einstein se sentirá fascinado ya de muchacho por el campo electromagnético, que hace girar los rotores de las centrales eléctricas que construye papá, y pronto comprende que también la gravedad, como la electricidad, debe ser transportada por un campo: ha de existir un “campo gravitatorio”, análogo al “campo eléctrico”; e intenta entender cómo puede estar constituido dicho campo gravitatorio y qué ecuaciones pueden describirlo.
Y aquí llega la idea extraordinaria, el puro genio: el campo gravitatorio no está difundido en el espacio: el campo gravitatorio es el espacio. Esa es la idea de la teoría de la relatividad general.
El “espacio” de Newton, en el que se mueven las cosas, y el “campo gravitatorio”, que transporta la fuerza de gravedad, son una misma cosa.
Es una revelación. Una impresionante simplificación del mundo: el espacio ya no es algo distinto de la materia, es uno de los componentes “materiales” del mundo. Una entidad que ondula, se dobla, se curva, se tuerce. No estamos contenidos en una invisible estantería rígida: nos hallamos inmersos en un gigantesco molusco flexible. El Sol dobla el espacio en torno a sí, y la Tierra no gira a su alrededor atraída por una misteriosa fuerza, sino porque discurre en línea recta en un espacio que se inclina. Como una bolita que rodara en un embudo: no hay “fuerzas” misteriosas generadas por el centro del embudo; es la propia naturaleza curva de las paredes la que hacer girar la bolita. Los planetas giran alrededor del Sol y las cosas caen porque el espacio se curva.
¿Cómo describir esta curvatura del espacio? El más grande matemático del siglo XIX, Carl Friedrich Gauss, ‘príncipe de los matemáticos’, había ideado la formulación matemática que describía las superficies curvas bidimensionales, como la superficie de las colinas. Luego le había pedido a un buen alumno suyo que la generalizara a los espacios curvos de tres o más dimensiones. Y el alumno, Bernhard Riemann, había elaborado una pesada tesis doctoral, de las que parecen completamente inútiles.
El resultado era que las propiedades de un espacio curvo son captadas por cierto objeto matemático que hoy conocemos como curvatura de Riemann y representamos con una R. Einstein escribe entonces una ecuación que dice que R es proporcional a la energía de la materia. Es decir, el espacio se curva allí donde hay materia. Eso es todo. La ecuación ocupa media línea, nada más. Una visión –el espacio que se curva– y una ecuación.
Pero dentro de esta ecuación hay todo un universo rutilante. Y aquí se inicia la riqueza mágica de la teoría. Una fantasmagórica sucesión de predicciones que parecen los delirios de un loco, pero que sin embargo han sido todas ellas verificadas por la experiencia.
Para empezar, la ecuación describe cómo se curva el espacio alrededor de una estrella. A causa de esta curvatura, no solo los planetas orbitan alrededor de la estrella, sino que también la luz deja de viajar en línea recta y se desvía. Einstein predice que el Sol desvía la luz. En 1919 se realiza la medición, y resulta ser cierto.
Pero no es solo el espacio el que se curva: también lo hace el tiempo. Einstein predice que el tiempo transcurre más deprisa arriba y más despacio abajo, cerca de la Tierra. Se mide, y resulta ser cierto. Por poca diferencia, pero el gemelo que ha vivido en el mar se encuentra con que el gemelo que ha vivido en la montaña es algo más viejo que él. Y es solo el principio.
Cuando una gran estrella ha quemado todo su combustible (el hidrógeno), termina por apagarse. Lo que queda ya no se sustenta por el calor de la combustión y se colapsa aplastado bajo su propio peso, hasta curvar tan fuertemente el espacio que llega a precipitarse dentro de un auténtico agujero. Son los famosos “agujeros negros”. Cuando yo estudiaba en la universidad, estas eran predicciones poco creíbles de una teoría esotérica. Hoy se observan en el cielo centenares, y son estudiadas con todo detalle por los astrónomos. Pero hay más.
El espacio entero puede extenderse y dilatarse; mejor dicho, la ecuación de Einstein indica que el espacio no puede mantenerse inmóvil, debe estar en expansión. En 1930 se observó, de hecho, la expansión del universo. La misma ecuación predice que la expansión tiene que ser el resultado de la explosión de un joven universo pequeñísimo y calentísimo: es el Big Bang. Una vez más, nadie lo cree, pero las pruebas se acumulan, hasta que se observa en el cielo la “radiación cósmica de fondo”: el difuso resplandor que queda del calor de la explosión inicial. La predicción de la ecuación de Einstein es correcta.
Y, de nuevo, la teoría predice que el espacio se encrespa como la superficie del mar; los efectos de esas “ondas gravitatorias” se observan en el cielo en las estrellas binarias, y encajan con las previsiones de la teoría con la pasmosa precisión de una parte sobre cien mil millones. Y así sucesivamente.
En suma, la teoría describe un mundo colorido y asombroso, donde explotan universos, el espacio se precipita en agujeros sin salida, el tiempo se ralentiza al descender sobre un planeta, y las ilimitadas extensiones del espacio interestelar se encrespan y ondean como la superficie del mar..., y todo esto, que iba surgiendo poco a poco de mi libro roído por los ratones, no era una fábula contada por un idiota en un arrebato de furor, o el efecto del ardiente sol mediterráneo de Calabria, una alucinación sobre el centelleo del mar. Era realidad.
O mejor, una mirada a la realidad, algo menos velada que la de nuestra ofuscada banalidad cotidiana. Una realidad que parece hecha, también ella, de la materia de la que están hechos los sueños, pero, sin embargo, más real que nuestro nebuloso sueño cotidiano.
Todo esto es el resultado de una intuición elemental: el espacio y el campo son una misma cosa. Y de una sencilla ecuación, que no me resisto a copiar aquí; aunque seguramente mi lector no sabrá descifrarla, quisiera que al menos constatara su gran simplicidad: Rab - ½ Rgab =Tab
Eso es todo. Ciertamente, se requiere seguir cierto aprendizaje para digerir las matemáticas de Riemann y dominar la técnica necesaria para leer esta ecuación. Hace falta algo de empeño y esfuerzo. Pero menos del que se necesita para llegar a sentir la enrarecida belleza de uno de los últimos cuartetos de Beethoven. En uno y otro caso, el premio es la belleza, y unos ojos nuevos para ver el mundo.

La ciencia demuestra que las predicciones de Einstein eran ciertas

De joven, Albert Einstein pasó un año entero haraganeando ocioso. Si no se pierde el tiempo, no se llega a ningún sitio, algo que los padres de los adolescentes olvidan a menudo. Estaba en Pavía. Había vuelto con su familia tras dejar los estudios en Alemania, donde no soportaba el rigor del instituto. Era a comienzos de siglo, y en Italia se iniciaba la Revolución Industrial. Su padre, que era ingeniero, instalaba las primeras centrales eléctricas en la llanura del Po. Albert leía a Kant y a ratos perdidos asistía a clases en la Universidad de Pavía: por diversión, sin matricularse ni hacer exámenes. Es así como se llega a ser científico en serio.
Luego se matricularía en la Universidad de Zúrich y se sumergiría en la física. Pocos años después, en 1905, enviaba tres artículos a la principal revista científica de la época, los Annalen der Physik. Cada uno de los tres era digno de un premio Nobel. El primero mostraba que los átomos realmente existen. El segundo abría la puerta a la mecánica de los cuantos, de la que hablaré en la próxima lección. El tercero presentaba su primera teoría de la relatividad (hoy llamada ‘relatividad restringida’), la teoría que explica que el tiempo no transcurre igual para todos: dos gemelos se encuentran con que ya no tienen la misma edad si uno de ellos ha viajado a gran velocidad.

Einstein se convierte de repente en un científico de renombre y recibe ofertas de trabajo de varias universidades. Pero algo lo turba: su teoría de la relatividad, por muy célebre que se haya hecho de inmediato, no cuadra con cuanto sabemos sobre la gravedad, es decir, acerca de cómo caen las cosas. Se da cuenta de ello escribiendo una reseña sobre su teoría, y se pregunta si la vetusta y rimbombante “gravitación universal” del gran padre Newton no debería ser revisada a su vez a fin de hacerla compatible con la nueva relatividad. Se sumerge en el problema. Harán falta diez años para resolverlo. Diez años de enloquecidos estudios, tentativas, errores, confusión, artículos equivocados, ideas fulgurantes, ideas erróneas... Por fin, en noviembre de 1915, da a la imprenta un artículo con la solución completa: una nueva teoría de la gravedad, a la que da el nombre de ‘teoría de la relatividad general’, su obra maestra. La “teoría científica más hermosa”, la denominaría el gran físico ruso Lev Landau.
Hay obras maestras absolutas que nos emocionan intensamente: el Réquiem de Mozart, la Odisea, la capilla Sixtina, El rey Lear... Para captar todo su esplendor quizá debamos realizar cierto aprendizaje. Pero el premio es la pura belleza. Y no solo eso: también que nuestros ojos se abran a una nueva mirada al mundo. La relatividad general, la joya de Albert Einstein, es una de ellas.
Recuerdo la emoción cuando empecé a entender algo. Era verano. Estaba en una playa de Calabria, en Condofuri, inmerso en el sol de esta región helénica del Mediterráneo, en la época de mi último año de universidad. En los períodos de vacaciones es cuando mejor se estudia, porque no se tienen las distracciones de la escuela. El municipio de Condofuri está situado en la Bovesia, una zona geográfica de la provincia de Reggio Calabria donde se habla una lengua estrechamente emparentada con el griego antiguo.
Estudiaba un libro con los márgenes roídos por los ratones, ya que lo había utilizado para tapar las madrigueras de esas pobres bestezuelas, por la noche, en la casa desvencijada y algo hippie situada en la colina umbra adonde acudía para huir del aburrimiento de las clases universitarias de Bolonia. De vez en cuando levantaba los ojos del libro para contemplar el centelleo del mar: me parecía ver la curvatura del espacio y del tiempo imaginada por Einstein.
Era como magia: como si un amigo me susurrase al oído una extraordinaria verdad oculta, y de repente apartara un velo de la realidad para desvelar un orden más simple y profundo. Desde el momento en que aprendimos que la Tierra es redonda y gira como una peonza enloquecida comprendimos que la realidad no es como se nos presenta: cada vez que entrevemos un nuevo fragmento de ella nos produce emoción. Otro velo que cae.
Pero entre los numerosos saltos adelante de nuestro saber, ocurridos uno tras otro a lo largo de la historia, el realizado por Einstein probablemente no tiene parangón. ¿Por qué? En primer lugar, porque una vez se entiende cómo funciona, la teoría resulta ser de una simplicidad asombrosa. Resumo la idea:
Newton trató de explicar la razón por la que las cosas caen y los planetas giran. Imaginó una “fuerza” que tira de todos los cuerpos, unos hacia otros: la llamó ‘fuerza de gravedad’. Cómo hacía esa fuerza para tirar de cosas que estaban lejos unas de otras, sin que hubiera nada en medio, era algo que no nos era dado saber, y el gran padre de la ciencia se guardó cautelosamente de aventurar hipótesis. Newton también imaginó que los cuerpos se movían en el espacio, y que el espacio era un gran contenedor vacío, una gran caja para el universo. Una inmensa estantería en la que los objetos discurren en línea recta hasta que una fuerza los hace curvarse. De qué estaba hecho ese «espacio», contenedor del mundo, inventado por Newton, era algo que tampoco nos era dado saber.

Los taxis espaciales / Análisis

Cuando comenzó la carrera espacial en 1957 con el lanzamiento del satélite Sputnik 1, las dos grandes potencias del momento, Estados Unidos y la Unión Soviética se convirtieron en naciones contrincantes, en una rivalidad tecnológica cuyo principal objetivo era la conquista del espacio.
Nadie habría imaginado que medio siglo después la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio, más conocida como NASA, dependería de las naves rusas para poder viajar al espacio.

Como consecuencia del retiro del programa de naves espaciales en el 2011, la NASA ha dependido de los vehículos Soyuz para poder enviar personas y suministros a la Estación Espacial Internacional (EEI).
Para la primera potencia mundial, esta situación no es muy agradable y están haciendo grandes esfuerzos para dejarla atrás. La tensa situación política actual con Rusia ha acelerado el interés para restaurar la capacidad estadounidense para tener mas control sobre su programa espacial, y hace tan solo unas semanas la NASA anunció que contará con "taxis" que llevarán al espacio a sus astronautas.
Estos vehículos serán desarrollados por compañías privadas y la NASA deberá entonces subcontratar el transporte, pero con un costo menor que los 70 millones de dólares que cobra Rusia por poner a un astronauta en la EEI. Las empresas privadas se han convertido en actores importantes en la conquista del espacio en este nuevo milenio, especialmente en lo que respecta al turismo espacial.
Se anunció que las compañías encargadas de suministrar los vuelos serán Boeing y Space X. La primera, fundada por William E. Boeing a comienzos del siglo pasado, tiene una amplia trayectoria en el campo de la aviación, pero también en construcción de cohetes y satélites.
Su modelo CST-100 podrá llevar hasta siete tripulantes a la EEI y tiene cierta similitud con las antiguas naves Apollo, aunque con una tecnología de última generación. Por su parte, Space X, con tan solo 12 años de experiencia, ya cuenta con importantes desarrollos bajo el mando de Elon Musk - cofundador de PayPal y Tesla Motors entre otras múltiples compañías.
De hecho su nave Dragon ya ha viajado en varias oportunidades a la EEI para llevar suministros, y nuevas actualizaciones le permitirán transportar humanos. Se espera que para el 2017 los "taxis" de la NASA entren en operación.

Desde el espacio buscan sitios del mundo con más contaminación de luz

¿Podría identificar alguna ciudad de Colombia si la viera a 400 kilómetros de altura y convertida en un croquis de luces?
No es un trabajo fácil, incluso para astronautas de la Estación Espacial Internacional (EEI), que, mediante fotos desde el espacio, retratan a diario todo lo que ven. Investigadores de la Universidad Complutense de Madrid (España) crearon el proyecto independiente Cities at Night, con el que se han propuesto investigar, con imágenes archivadas, la contaminación lumínica en el planeta Tierra. La Nasa, la Agencia Espacial Europea y la Agencia Espacial Canadiense, entre otras, han difundido la iniciativa.


Alejandro Sánchez de Miguel, estudiante de doctorado del Departamento de Astrofísica y Ciencias de la Atmósfera de la Universidad Complutense de Madrid y uno de los fundadores del proyecto, dice que la contaminación lumínica es la modificación del medioambiente nocturno debido a la introducción de luz artificial.
Esto puede generar afectaciones en el ecosistema y en la salud, como procesos irritativos visuales en personas susceptibles o alteraciones en los ciclos de sueño ante exposiciones prolongadas.
“Por ejemplo, los insectos o aves nocturnas, a pesar de que están acostumbradas a andar en la oscuridad y a la luz natural de la Luna –que no produce contaminación lumínica–, muchas veces se sienten atraídos por la luz artificial y enloquecen o pueden llegar a morir”, explica.
Para lograr su propósito, buscan voluntarios. La tarea es tratar de identificar ciudades del mundo entre esas diminutas y radiantes lucecitas, como las que se ven de noche desde un avión o desde un mirador en lo alto de una ciudad, pero tomadas desde el espacio.

Hallan agua en casco de astronauta de la EEI tras caminata espacial

Dos astronautas de la Estación Espacial Internacional (EEI) terminaron el miércoles una segunda caminata espacial de rutina, pero el hallazgo de agua en el casco de uno de ellos elevó preocupaciones sobre la seguridad de los trajes de la NASA.
Barry Wilmore, comandante de la tripulación de seis miembros de la estación, y Terry Virts, un ingeniero de vuelo, salieron de la estación para instalar los equipamientos necesarios para el amarre de futuras cápsulas comerciales estadounidenses tripuladas a partir de 2017. Pero, al completar el retorno, se había formado una acumulación de agua "en la parte frontal de su casco (de Virts) a la altura de los ojos", dijo la astronauta italiana Samantha Cristoforetti a la misión de control en Houston, Texas (sur de EEUU).

La acumulación de agua era "de cerca de tres pulgadas (7,6 cm) de diámetro", dijo Cristoforetti. Virts no estaba en peligro, si bien la cantidad de agua aumentó respecto al primer momento en que el astronauta la percibió.
Los dos mecánicos espaciales se reintegraron a la cámara de descompresión de la EEI a las 18H34 GMT, luego de una salida de seis horas 43 minutos.
Virts no reportó ningún problema durante la salida y el comentador de la NASA Rob Navias dijo que el problema no era "tan severo" como cuando casi se ahogó el italiano Luca Parmitano, quien debió volver a toda prisa a la estación en 2013 cuando comenzó a acumularse agua en su casco.

Ratones desarrollan problemas de hígado tras 13 días en órbita

Ratones de laboratorio que pasaron solamente dos semanas en órbita muestran tempranas señales de problemas de hígado al retornar a Tierra, aumentando la preocupación sobre las consecuencias que pueda tener para el hombre una larga permanencia en el espacio, señalaron investigadores en un estudio publicado en la revista "PLOS ONE".
La NASA ya estudia los efectos a largo plazo de los viajes espaciales sobre el cuerpo humano y recientemente envió a uno de sus astronautas veteranos, Scott Kelly, en una misión de 340 días en la Estación Espacial Internacional (EEI), junto a un cosmonauta ruso.

"Antes de este estudio no teníamos mucha información sobre el impacto de los viajes espaciales sobre el hígado", dijo Karen Jonscher, principal autora del estudio y profesora asociada de anestesiología y médica del Anschutz Medical Campus de la Universidad de Colorado.
"Sabíamos que los astronautas con frecuencia retornan con síntomas de diabetes, pero normalmente se resuelven rápidamente", agregó.
Los ratones pasaron 13 días y medio a bordo de la nave Atlantis en el 2011, luego de lo cual los investigadores constataron el desarrollo de algunas células que pueden dañar el hígado a largo plazo, incremento de la grasa en el órgano e indicadores de comienzos de fibrosis.
"Si un ratón muestra crecientes señales de fibrosis sin un cambio de dieta en 13,5 días, ¿qué le puede pasar al hombre?", preguntó Jonscher. "Si esto es un problema o no, es una pregunta abierta", agregó.

La cápsula Cygnus llegó a la Estación Espacial Internacional

La cápsula no tripulada Cygnus, de la firma privada estadounidense Orbital ATK, llegó eeste sábado a la Estación Espacial Internacional (ISS) para una nueva misión de aprovisionamiento por cuenta de la Nasa, confirmó la empresa.

La nave lleva 3,6 toneladas de provisiones, vestimenta, equipos, piezas de repuesto y material destinado a 250 experimentos científicos que se realizan en la estación orbital.

Cygnus, que fue lanzada este martes en la noche desde Florida con un cohete Atlas V de United Launch Alliance, fue capturada en el espacio por el brazo robótico de la ISS el sábado a las 10H51 GMT.

Su acoplamiento al puesto orbital ocurrió a las 14: 52 hora local, informó Orbital en un comunicado.

Cygnus permanecerá acoplada a la ISS durante dos meses. Antes de abandonar la estación, sus seis tripulantes la cargarán con dos toneladas de desechos y equipos usados. Cuando esté lo suficientemente lejos de la ISS, los ingenieros de la Nasa desencadenarán voluntariamente un incendio en la cápsula para evaluar el tamaño y extensión de las llamas y medir el calor y las emisiones de gas en condiciones de ingravidez.
Unos días después de este experimento inédito, Cygnus entrará a la atmósfera y se desintegrará sobre el océano Pacífico.
Se trata de la quinta misión de suministro de la ISS que realiza Cygnus y la segunda desde diciembre, cuando se reanudaron los vuelos de Orbital ATK tras la explosión de su cohete Antares en 2014 poco después de su despegue.
Orbital tiene previstas otras dos misiones de carga a la ISS en 2016. La próxima será a bordo de un Antares a principios del verano boreal.