miércoles, 31 de agosto de 2016

Primer robot astronauta que va al espacio

Kirobo fue enviado a la Estación Espacial Internacional (ISS) para hacerle compañía al astronauta Koichi Wakata, quien llegará a la ISS a finales del 2013.
“¡Hola a todo el mundo en la Tierra! Soy Kirobo. Soy el primer robot astronauta del mundo que habla. Mucho gusto”, fueron las primeras palabras del robot astronauta que es capaz de hablar con naturalidad, caminar, reconocer caras y registrar imágenes. (Ver video)
Este pequeño de sólo 34 centímetros de altura y 1 kilogramo fue ideado por el especialista en robótica Tomotaka Takahashi y desarrollado por investigadores de la universidad de Tokio, de Toyota, de la Agencia de Exploración Espacial (Jaxa) y del grupo publicitario Dentsu.
“El 21 de agosto de 2013, un robot dio un pequeño paso hacia un futuro mejor para todo el mundo”, dijo Kirobo en una frase que recuerda a la pronunciada por Neil Armstrong en 1969.
El miércoles, se mostraron por primera vez las imágenes de Kirobo en el espacio durante una sesión del Comité Olímpico Internacional (COI) en Buenos Aires.
El robot, que puede posar como un atleta, mostró su apoyo a la candidatura de Tokio para organizar los Juegos Olímpicos del verano de 2020. La capital nipona compite con Madrid y Estambul y la decisión se anunciará el sábado.
Kirobo llegó a la estación espacial el mes pasado con 5,4 toneladas de material y víveres para los residentes de la ISS.
Kirobo está inspirado en “Astro el pequeño robot” (o Astro Boy), un personaje de manga (cómic japonés) que imaginó el dibujante Osamu Tezuka.
El objetivo del proyecto Kirobo es estudiar en qué medida un robot de compañía puede aportar apoyo moral a personas aisladas durante un largo periodo de tiempo.

Así se entrenan los astronautas del futuro

En la película Gravedad, Sandra Bullock estira los brazos y trata desesperadamente de asirse a una saliente del módulo Zarya de la Estación Espacial Internacional. En el vacío del espacio, su cuerpo da tumbos como una muñeca de trapo suspendida bajo el agua. Al no haber aire que genere resistencia contra sus movimientos, sus piernas fustigan el entorno sin avanzar un centímetro. Es una sensación increíblemente frustrante. Y es idéntica a la que yo misma he vivido en cuatro vuelos a bordo del avión simulador de microgravedad KC-135A (el ‘Cometa del vómito’) y en ejercicios de realidad virtual en el Centro Espacial Johnson, durante una serie de visitas para cubrir el riguroso y efectivo entrenamiento de un astronauta.
Porque en la Nasa, cualquier cosa asociada con los vuelos espaciales que pueda ser simulada lo es. Desde los sistemas de maniobras orbitales de una cápsula hasta el WCS (Waste Collection System), es decir, el baño. Especialmente el baño. “No me importa si no aprenden a reparar el sistema eléctrico o el de comunicaciones. Pero si uno de ustedes no domina el uso del WCS, juro que lo dejo allá arriba”, amenazó un conocido comandante de transbordador espacial a su tripulación.
La historia de la preparación de un astronauta comenzó el día en que la Nasa recibió órdenes de seleccionar siete veteranos pilotos militares para el proyecto Mercury, en 1959, el primer programa espacial tripulado estadounidense. Esos siete hombres fueron escogidos a dedo, después de pasar por una clase de exámenes físicos y mentales que fueron inmortalizados tanto en su propio libro, Nosotros siete, como en el popular Elegidos para la gloria, de Tom Wolfe.
En ese entonces no se sabía nada sobre los efectos que el espacio podría tener en el cuerpo humano, y se enfatizaba en un entrenamiento centrado en dos partes: adquirir una enorme resistencia física y dominar las complejidades de la aviación en todas sus formas. Un piloto de pruebas o de cazabombardero era, pues, un candidato ideal.
Hoy sabemos que la falta de gravedad por espacios prolongados de tiempo causa pérdida de masa ósea y muscular, aumenta el riesgo de cálculos de riñón, altera el ritmo cardíaco, hace que la sangre se suba a la cabeza y genera cambios en el sistema neurovestibular (el sentido del equilibrio). Pero son cambios que cualquier persona sana puede tolerar, y que se revierten al regresar a tierra. Por eso, ahora los astronautas provienen de toda clase de trasfondos, aunque siguen necesitándose aviadores con miles de horas de experiencia. Pero ya que tenemos un laboratorio en órbita –la Estación Espacial Internacional, a la que llevamos visitando hace 10 años– y que los vuelos de larga duración (seis meses como mínimo) permiten hacer variados experimentos científicos, son necesarios expertos en varias disciplinas. Hay astronautas médicos, biólogos, toda la gama de ingenieros y hasta los ha habido veterinarios.
Por ejemplo, entre los últimos ocho candidatos a astronautas seleccionados entre 6.100 aspirantes por la Nasa hace pocos meses hay un físico, una oceanógrafa, una meteoróloga, un médico y cuatro pilotos militares. No obstante sus grados académicos previos, estos candidatos tienen que someterse a un entrenamiento de dos años antes de ser considerados oficialmente como astronautas. Y desde que son aceptados como aspirantes hasta que reciben su primera asignación para volar a la Estación Espacial Internacional pueden pasar 8 años de espera y un riguroso entrenamiento.
Ese aprendizaje comienza con intensas sesiones de clase donde los candidatos absorben los complejos sistemas de la Estación Espacial y las naves que se usan para ir hasta ella: la cápsula rusa Soyuz, la cápsula Orión (en construcción aún) y los vehículos no tripulados privados y de otras agencias espaciales que acarrean carga rutinariamente de forma automatizada.

China presenta primer vehículo lunar para transporte de astronautas

 El primer vehículo lunar chino que podrá transportar seres humanos fue presentado en la última Feria de Alta Tecnología de Chongqing (ciudad del centro del país), lo que aumenta las posibilidades de que el país envíe pronto astronautas al satélite terrestre, informó el diario oficial China Daily.
El vehículo, de cuatro ruedas y sin otra carrocería que un ligero armazón de tubos metálicos, fue la estrella de la undécima edición de la feria y muchos expertos lo interpretaron como un posible adelanto de la primera misión tripulada a la Luna, en principio pensada para la próxima década, pero que podría adelantarse.
El aparato fue desarrollado con financiación estatal por el Centro de Exploración Espacial, dependiente del Ministerio de Educación chino, aunque también colaboraron en su investigación la Administración Estatal de Ciencia, Tecnología e Industria y el Ministerio de Defensa.
Diseñado para llevar a dos astronautas y pesadas cargas, el prototipo comenzó a desarrollarse a finales del pasado año, destacó Zhan Hanjing, jefe del equipo de diseño del vehículo.
Hasta ahora solo Estados Unidos ha llevado vehículos conducidos por el hombre a la Luna, en las misiones Apolo XV, XVI y XVII, entre 1971 y 1972.
China se convirtió en diciembre del pasado año en el tercer país en conseguir un alunizaje controlado, tras EE.UU. y la Unión Soviética, y además desplegó en esa misma misión un explorador lunar no tripulado, el Yutu (Conejo de Jade).
Un hito que solo los soviéticos habían conseguido anteriormente, con los vehículos rodantes Lunokhod, que exploraron suelo selenita entre 1970 y 1973.

China estudia menú de gusanos para los astronautas

Tres voluntarios participaron en un experimento del programa espacial de China en el que se han alimentado básicamente de gusanos durante más de tres meses con el fin de probar que el ser humano puede mantenerse con este tipo de dieta en largos viajes por el cosmos.
Según señala este miércoles el diario ‘South China Morning Post’, los tres voluntarios, un hombre y dos mujeres, han estado encerrados en una estructura aislada del exterior, el ‘Palacio Luna Uno’, en el que se ha intentado reproducir las condiciones de un viaje espacial y cómo repercutiría en ellos una dieta tan poco común.

Comer insectos y gusanos en el espacio, donde la dieta de los astronautas se complica en viajes de largo recorrido, es una idea que los investigadores chinos propusieron por primera vez hace cinco años, tras los primeros vuelos tripulados de astronautas de China por el cosmos.
El experimento actual se llevó a cabo en la Universidad de Aeronáutica y Astronáutica de Pekín, dotada de instalaciones capaces de crear un medio ambiente aislado del exterior a través de tecnologías bioquímicas. Los voluntarios pasaron 105 días comiendo a diario docenas de larvas de tenebrio (un tipo de escarabajo) muy ricas en proteínas y no mostraron ningún perjuicio físico o mental con esta dieta, pese a que ninguno de ellos la había seguido antes (en algunas regiones de China los gusanos son un ingrediente habitual de la gastronomía local).
La dieta seguida en el experimento no estuvo completamente basada en gusanos, puesto que un 45 por ciento de ella eran vegetales cultivados en el mismo entorno cerrado, aunque los investigadores plantean que en próximos estudios los sujetos aislados sí coman únicamente larvas.
"Pueden causar desagrado al principio, pero en realidad son la fuente alimentaria más limpia y sana", aseguró a los periodistas el investigador Hu Dawei, uno de los miembros del equipo que condujo el experimento.

55 años asomados al universo

Hace 55 años, cuando el cielo dejó de ser el límite, el hombre dio el primer paso en su aventura espacial. El cosmonauta ruso Yuri Gagarin, a bordo de la nave Vostok 1, completó una órbita a la Tierra y de esta forma la humanidad empezó la conquista del espacio exterior. No es fácil explicar la fascinación que produce la exploración, pero parece ser una impronta en los genes humanos, que cargan a la especie de una curiosidad innata.

Resulta curioso ver que en la historia las diferencias ideológicas han sido la base de grandes enfrentamientos entre países poderosos, pero esa atracción natural por lo extraorbital terrestre logró juntar a Estados Unidos y a la Unión Soviética –algo que parecía imposible– bajo el objetivo de conquistar el espacio. Sin duda, esta es la rivalidad entre naciones que más beneficios ha traído al desarrollo científico y tecnológico de la especie.

Así nació la carrera espacial, una pugna marcada por el orgullo y el nacionalismo, que tuvo su punto de partida en 1957 con la puesta en órbita del Sputnik 1, el primer satélite artificial de los soviéticos. Tras esa hazaña vinieron casi dos décadas de triunfos y fracasos: el viaje de Gagarin, el vuelo de la perrita Laika, el primer paseo espacial con Alexei Leonov y el anhelo cumplido de pisar la Luna en julio de 1969.

En 1975, el apretón de manos entre el estadounidense Thomas Sttaford y el ruso Alexei Leonov, a través de la escotilla de la nave Soyuz, 200 kilómetros arriba de sus casas, marcó el fin de esta “confrontación” y el comienzo de una era de apoyo mutuo en la conquista del espacio, que hoy tiene como único oponente la escasez de recursos.

Pero esa austeridad no ha impedido poner naves en cometas, coquetearle a Plutón en el borde del sistema solar, que el Voyager 1 recoja rayos cósmicos a 20.000 millones de kilómetros de aquí, que el día del aniversario 55 del viaje de Gagarin se lance un proyecto para enviar pequeñas naves a otros sistemas solares, como Alfa Centauri, y que muchos sectores se sigan nutriendo de los avances de esta carrera fascinante, que sigue sorprendiendo a la misma ciencia y a una humanidad curiosa por saber si hay vida en otro planeta.

Tres retos de la Nasa para llevar al hombre a Marte

Crear oxígeno artificial en Marte con un experimento del robot explorador que sustituya al Curiosity y desarrollar un motor de propulsión solar para viajar por el espacio profundo son dos grandes propósitos que la Nasa se traza para el 2020.

Así lo señaló la administradora adjunta de la agencia espacial estadounidense Dava Newman, en un encuentro con periodistas en Viena (Austria), donde asistió a una reunión de la Oficina de Naciones Unidas para el Espacio Exterior.
“Estamos haciendo las inversiones necesarias y estamos más cerca que nunca en la historia de la civilización humana de mandar a humanos a Marte en la década de 2030”, expuso la experta.

Newman explicó que la Nasa cuenta con una hoja de ruta de tres etapas para desarrollar una misión tripulada al planeta rojo en la década del 2030, para lo que además del desarrollo tecnológico se debe evaluar el impacto en la salud de largas estancias en el espacio. Desde el 2010, la agencia viene estudiando los efectos que una estancia prolongada en el espacio puede tener en el cuerpo humano, pues la radiación espacial puede aumentar las probabilidades de cáncer y periodos largos de ingravidez debilitan la masa ósea.

En una segunda fase, la agencia espacial estadounidense pretende desarrollar misiones al espacio profundo –más allá de la influencia gravitatoria de la Tierra y la Luna– con la cápsula espacial Orión y el cohete pesado SLS.

Así, en la próxima década, la Nasa espera enviar una misión tripulada a explorar un asteroide, una experiencia en la pondrá a prueba nuevas tecnologías y capacidades indispensables para llegar a Marte.

La tercera fase supondría llegar al planeta rojo en la década del 2030, crear en su superficie instalaciones habitables para largos periodos y procurar que, en lo posible, sus necesidades dependan lo menos posible de la Tierra. Para ello son importantes experimentos como el que desarrollará el próximo robot explorador que sustituya al Curiosity, y que incluye la creación de una pequeña cantidad de oxígeno en el 2020 a partir de la propia atmósfera del planeta rojo.

“Sería la primera vez que se crearía oxígeno en otro planeta”, destacó Newman.

La Nasa probó el cohete más poderoso del mundo

La Nasa probó por segunda vez un cohete en tierra que será usado en misiones tripuladas a Marte, en las instalaciones de su Centro de Sistemas de Propulsión Orbital ATK, en Utah (Estados Unidos).
Esta es la última prueba con el cohete en un ambiente controlado antes del vuelo con la nave espacial Orión, la cual se usará en la misión ‘Exploración Misión-1’, en el 2018.

La prueba le dará datos a la Nasa sobre el empuje del cohete, así como de la temperatura del motor para asegurarse que no supere los 40 grados Fahrenheit, unos 4 grados Celsius.
La primera prueba se completó satisfactoriamente en marzo del 2015 y el propulsor demostró un desempeño aceptable a 90 grados Fahrenheit, unos 32 grados Celsius. La Nasa explicó que probar la resistencia del cohete a las condiciones de temperatura que se enfrentará en misiones reales es clave para garantizar el buen desempeño en las misiones futuras.

Agua en Júpiter, prioridad para la misión Juno

Desde el 24 de junio, la sonda Juno entró en la órbita de Júpiter; lo hizo luego de un viaje de cinco años, en el que recorrió casi 3.000 millones de kilómetros (equivalentes a darle la vuelta a la Tierra alrededor del ecuador unas 72.000 veces). Con la entrada en el campo gravitacional de Júpiter, Juno hace parte, oficialmente, de la estructura más grande del Sistema Solar: la magnetósfera del más grande del gigante planetario.
Juno es la primera misión enviada a Júpiter que utiliza energía solar para alimentar todos los instrumentos y sistemas de comunicación, y se destaca por la cantidad de instrumentos que opera con tan solo 500 Watts, menos de lo que consume un secador de pelo corriente. Algo realmente impresionante.

Los paneles solares de la nave reciben menos energía una vez la sonda se va alejando del Sol; esto quiere decir que la energía recibida por dichos paneles solares es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia: por ejemplo, si tomamos a la Tierra como punto de partida, la energía que recibirá será igual a 1. Al doble de la distancia, recibirá 1/4. Si se aleja 3 veces la misma distancia, recibirá solo 1/9 de la energía inicial y así sucesivamente. Es por esto que los instrumentos deben tener una eficiencia máxima.
Los objetivos científicos de Juno se dividen en cuatro grandes temas: 1) Origen: Determinar la abundancia de agua a nivel global en Júpiter y establecer un límite máximo a la masa de su denso núcleo, con el fin de descartar o corroborar las teorías sobre su formación. 2) Interior: entender la dinámica interna a través de métodos indirectos, es decir, estudiando su campo gravitacional y magnético con gran detalle. 3) Atmósfera: mapear las variaciones en composición, temperatura, opacidad por presencia de nubes y dinámica a más de 100 veces la atmósfera terrestre en todas las latitudes. 4) Magnetósfera: caracterizar y explorar la estructura de la magnetósfera polar y las auroras polares.
Dentro de estas directrices cobra especial importancia la primera, la búsqueda y estudio de vapor de agua en la atmósfera del gigante planetario. Este será, sin duda, uno de los mayores retos de esta misión, pues, al estar el planeta compuesto principalmente de hidrógeno y helio, los dos elementos más abundantes en el Sistema Solar, el tercer elemento en abundancia, el oxígeno, estaría presente en esta molécula (dos átomos de hidrógeno por uno de oxígeno). Su estudio ayudará a los científicos a entender bajo qué condiciones y cómo se pudo haber formado el Sistema Solar hace 4.500 millones de años.